5 de agosto de 1665
Mi siempre admirado Francesco
Dejaré mis pasiones de lado, pero me veo en la imperiosa obligación de confesarle que a causa de mi temperamento sanguíneo me es harto difícil controlar esta pluma con la que escribo, dada la desazón que me han causado sus palabras. Usted me conoce y sabe que la tibieza en el trato me la atribuyen solo gentes que creen conocerme e igualmente creen percibir en mis obras los rasgos de mi carácter. A veces pienso que solamente mis discípulos me conocen bien. Como muestra mire lo que va contando por ahí ese Baldinucci, diciendo a quien quiere escucharle que aterrorizo a mis colaboradores con la mirada.
Siempre he sido un solitario y obligado por las circunstancias a trabajar con otros, aprendiendo a dominar mis impulsos, moldeando mi genio, mudando en noble tensión y fuerza lo que serían fortísimas explosiones de ira. Querido Francesco, debo decirle también que los dos ardemos en el mismo fuego en el que ardía el gran Miguel Ángel, y a veces este fuego, en su ardor, puede ofuscar nuestras mentes y transformar los sencillos acontecimientos de nuestras vidas en quimeras y fantasías sin ningún fundamento.
Le ruego me crea. Sepa que está lejos de mis propósitos apropiarme de la más mínima parte de su obra, la cual, como usted ya sabe, admiro profundamente.
Suyo Caballero Bernini
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