jueves, 10 de febrero de 2011

22 de agosto de 1665

22 de agosto de 1665

Mi queridísimo Francesco,

Permítame robarle unos pocos minutos de su tiempo para hacerle algunas observaciones en calidad del leal y duradero amigo que Usted ya sabe que tiene en mi. A través de una persona de la que es mejor para todos no señalar el nombre, he tenido conocimiento de la disputa que parece haber entre Usted y el Caballero Bernini por una cuestión llamémosle de desconfianza.

Todo el mundo ya conoce la enemistad que les une a ustedes dos. Viene de lejos y no tengo ahora intención de inmiscuirme en las cuitas que la alimentan. No crea que por esto no comprendo ni reconozco las razones que le asisten. Mi querido amigo, creo conocerle bien: sé que su orgullo profesional, tantas veces subrayado por sus magníficos trabajos, choca a menudo con la sensación de que muchos de los poderes de la ciudad no le prestan la atención que sin duda se merece. Ya sabe que, en la medida en que ha estado en mi mano, he hecho lo posible por subsanar esta situación. Pero, permítame la confianza, no instigue más allá del decoro actitudes que puedan agrandar ese injusto estado de cosas.

Por la fuente que le comento al principio, parecer ser que una reciente carta de Usted al caballero Bernini ha sido interpretada por éste como una afrenta personal a raiz del tono y ciertas expresiones que usted emplea. No quiera ver, se lo ruego, una actitud beligerante por mi parte en este tema. Pero le suplico, de nuevo como amigo, que frene en lo posible el calor de sus razones, que en nada favorecen los esfuerzos que muchos realizamos para lavar su nombre y obra de las inquinas de otros.

El Caballero Bernini es un hombre de amplias relaciones y que se mueve con gran facilidad entre quienes el destino ha designado como gobernantes y mecenas. Es útil considerar, en el caso que nos ocupa, que el intento de robar un proyecto ajeno no le favorece en esos círculos, además de que, y no lo olvide, mi querido arquitecto, también pueden ser los de Usted.

Si verdaderamente el Caballero Bernini ha intentado conocer sus planes para la fachada de San Carlino, debería haberlo hecho sin precisar de subterfugios. Eso nadie lo pone en duda. Lo único que deseo hacerle notar es que mantenga el clima lo más templado posible, y piense que si un artista muy beneficiado como el Señor Bernini se interesa por su obra, aparte de los métodos que emplee, es porque reconoce su verdadero valor y posición. Que este asunto se haya sabido más allá de los meros interesados debe persuadirle de la gran atención que, quizás demasiado secretamente, requiere el genio de Usted. Pero el genio artístico, mi querido amigo, no el mal genio que poco ayuda a propagar el bueno.

Le ruego interprete mis palabras desde la completa sinceridad de corazón que le profeso y desde la confianza que mi fidelidad y admiración exigen.

Suyo afectísimo, como siempre, Virgilio Spada

miércoles, 9 de febrero de 2011

12 de agosto de 1665

12 de agosto de 1665

Caballero Bernini, no sólo quiere quitarme la gloria de mis trabajos, que tanto ha hecho por desmerecerlos, sino que, además, ¡aprovecha toda ocasión para mofarse de mi persona! Ni soy yo de su admiración y vive el cielo que Usted no es de la mia, así que no me venga con esas triquiñuelas propias de secretario baboso. Ya me imagino cómo se debía estar Usted riendo mientras redactaba esta carta suya, quizás, no quizás, estoy seguro, que rodeado de su corte de petimetres que le alientan a escupirme. Es Usted un canalla, y yo lo maldigo a arder en ese fuego del que me habla: llamas prendidas no por la grandeza y el arrebato que acompañan la perfección, sino por la vileza que genera la vanidad más estúpida. Usted considera “quimeras y fantasías” lo que yo llamo una mera constatación de su deshonor. No se me pasa por alto su bajeza al recoger las opiniones de todos esos arquitectuchos mediocres que tildan mis obras de bizarras y quiméricas, pero sepa usted, sepa usted, que si bien la gloria en este mundo es para los que la compran, la gloria del futuro es para los que la niegan. Así que haga Usted cuentas y verá que poco le debe quedar en la bolsa.

Además, va Usted bien errado si pretende desviar su zafiedad haciéndome entender que ese Baldinucci del demonio se ha hecho también opositor suyo, como si con eso pudiera negar su tendencia a disponer de lo ajeno. Todo el mundo sabe en esta ciudad que los ataques que ese imbécil me profesó hace unos años fueron instigados directamente por Usted cuando denuncié los cálculos de sus torres para San Pedro, que, efectivamente (¿quizás Usted lo ha olvidado?) hubo que remozar. Usted intentó indisponerme contra el Papa, con tan pocas agallas que tuvo que usar a un tercero, como ahora con su ayudante fisgoneando en mi estudio, para disimular su hipocresía y falta de hombría.

Le ruego no me haga perder más el tiempo, ni pierda Usted más el suyo conmigo. Pida confesión inmediatamente: no dude ni un minuto. La Compañía, estoy seguro, le lavará a gusto las manchas que tan a la vista están, aunque Usted las suponga tan naturales.

5 de agosto de 1665

5 de agosto de 1665

Mi siempre admirado Francesco

Dejaré mis pasiones de lado, pero me veo en la imperiosa obligación de confesarle que a causa de mi temperamento sanguíneo me es harto difícil controlar esta pluma con la que escribo, dada la desazón que me han causado sus palabras. Usted me conoce y sabe que la tibieza en el trato me la atribuyen solo gentes que creen conocerme e igualmente creen percibir en mis obras los rasgos de mi carácter. A veces pienso que solamente mis discípulos me conocen bien. Como muestra mire lo que va contando por ahí ese Baldinucci, diciendo a quien quiere escucharle que aterrorizo a mis colaboradores con la mirada.

Siempre he sido un solitario y obligado por las circunstancias a trabajar con otros, aprendiendo a dominar mis impulsos, moldeando mi genio, mudando en noble tensión y fuerza lo que serían fortísimas explosiones de ira. Querido Francesco, debo decirle también que los dos ardemos en el mismo fuego en el que ardía el gran Miguel Ángel, y a veces este fuego, en su ardor, puede ofuscar nuestras mentes y transformar los sencillos acontecimientos de nuestras vidas en quimeras y fantasías sin ningún fundamento.

Le ruego me crea. Sepa que está lejos de mis propósitos apropiarme de la más mínima parte de su obra, la cual, como usted ya sabe, admiro profundamente.

Suyo Caballero Bernini

4 de agosto de 1665

4 de agosto de 1665

Caballero Bernini,

Por uno de mis asistentes he sabido que un novicio de la Compañía, procedente de Sant’Andrea, pasó por mi estudio el otro día preguntando por un familiar, pero que todo parecía indicar que no tenía otro interés que indagar sobre mi proyecto de fachada para San Carlino. Mi asistente ha estado conmigo durante muchos años, mostrándome una fidelidad difícil de encontrar en esta ciudad de fariseos, por lo que no me cabe la menor duda de que manifiesta la verdad.

Le ruego, no, le conmino a que abstenga en el futuro de usar de ningún ardid para hacerse con ninguna información relativa a mi obra, como ya en otras ocasiones ha intentado y así he denunciado a la Secretaría del Cardenal Pamphili.

Si, como sospecho, su intención es hacerse con los detalles de mi fachada antes de que usted acabe la suya de Sant’Andrea, le recomiendo que reflexione sobre los efectos futuros que ello puede acarrear en su prestigio profesional, dada sus reiteradas manifestaciones sobre el carácter libre e independiente de la arquitectura, que, dicho sea de paso, siempre dependen de una manutención.

El agradecimiento que le puedo profesar por su apoyo en mi nombramiento como arquitecto de San Carlino no está reñido con el mantenimiento de mi más estricto celo profesional. Quede claro.