22 de agosto de 1665
Mi queridísimo Francesco,
Permítame robarle unos pocos minutos de su tiempo para hacerle algunas observaciones en calidad del leal y duradero amigo que Usted ya sabe que tiene en mi. A través de una persona de la que es mejor para todos no señalar el nombre, he tenido conocimiento de la disputa que parece haber entre Usted y el Caballero Bernini por una cuestión llamémosle de desconfianza.
Todo el mundo ya conoce la enemistad que les une a ustedes dos. Viene de lejos y no tengo ahora intención de inmiscuirme en las cuitas que la alimentan. No crea que por esto no comprendo ni reconozco las razones que le asisten. Mi querido amigo, creo conocerle bien: sé que su orgullo profesional, tantas veces subrayado por sus magníficos trabajos, choca a menudo con la sensación de que muchos de los poderes de la ciudad no le prestan la atención que sin duda se merece. Ya sabe que, en la medida en que ha estado en mi mano, he hecho lo posible por subsanar esta situación. Pero, permítame la confianza, no instigue más allá del decoro actitudes que puedan agrandar ese injusto estado de cosas.
Por la fuente que le comento al principio, parecer ser que una reciente carta de Usted al caballero Bernini ha sido interpretada por éste como una afrenta personal a raiz del tono y ciertas expresiones que usted emplea. No quiera ver, se lo ruego, una actitud beligerante por mi parte en este tema. Pero le suplico, de nuevo como amigo, que frene en lo posible el calor de sus razones, que en nada favorecen los esfuerzos que muchos realizamos para lavar su nombre y obra de las inquinas de otros.
El Caballero Bernini es un hombre de amplias relaciones y que se mueve con gran facilidad entre quienes el destino ha designado como gobernantes y mecenas. Es útil considerar, en el caso que nos ocupa, que el intento de robar un proyecto ajeno no le favorece en esos círculos, además de que, y no lo olvide, mi querido arquitecto, también pueden ser los de Usted.
Si verdaderamente el Caballero Bernini ha intentado conocer sus planes para la fachada de San Carlino, debería haberlo hecho sin precisar de subterfugios. Eso nadie lo pone en duda. Lo único que deseo hacerle notar es que mantenga el clima lo más templado posible, y piense que si un artista muy beneficiado como el Señor Bernini se interesa por su obra, aparte de los métodos que emplee, es porque reconoce su verdadero valor y posición. Que este asunto se haya sabido más allá de los meros interesados debe persuadirle de la gran atención que, quizás demasiado secretamente, requiere el genio de Usted. Pero el genio artístico, mi querido amigo, no el mal genio que poco ayuda a propagar el bueno.
Le ruego interprete mis palabras desde la completa sinceridad de corazón que le profeso y desde la confianza que mi fidelidad y admiración exigen.
Suyo afectísimo, como siempre, Virgilio Spada